JULIO

Yael Rosenfeld
15 min readOct 15, 2021

(Avant Premier de Milenio Pasado)

Julio, / la tarde: / magno peculio. A.G.

— Seva, ¿te acordás del viaje a Bariloche? ¿Te acordás de la rubia de vestido rojo que estaba en Grisú?

— ¿Vos me estás preguntando en serio? ¿Cómo te pensás que me voy a olvidar de lo mejor que me pasó en Bariloche? En Bariloche y en los diez años posteriores… ¡Claro que me acuerdo! Esa mina no me la voy a olvidar jamás. Y si algún día me la olvido, me internás y no dejes que me resuciten: se me habrán acabado las ganas de seguir viviendo.

Me habían dejado solo en los sillones de Grisú que daban al ventanal del lago. Yo me había torcido el tobillo saltando en el pogo, había pisado un charco gelatinoso, me doblé todo y después no podía ni apoyar el pie. Al principio, todo el grupo estaba ahí, una de las chicas había ido a la barra a pedir hielo y López, que sabía un poquito de primeros auxilios, había improvisado una bolsa con el gorro de alguien y me la había atado al tobillo con la bufanda de alguien más. Pero al rato todos empezaron a aburrirse de los chistes de Edu y fueron desapareciendo de a dos, de a tres, de a cuatro hasta que me quedé solo. Probé apoyar el pie muy despacio y tratar de levantarme pero fue como si veinte clavos me traspasaran la pierna, así que volví a sentarme, me tiré en el sofá y me dejé adormecer por las olitas del lago del otro lado del vidrio. Y me dormí, no sé cuánto tiempo pero me dormí de verdad, porque de repente alguien me estaba masajeando el pie hinchado y yo no había sentido a nadie sentarse en el sillón. Entonces abrí los ojos y fue como tener una visión, una diosa de pelo rubio y vestido rojo estaba trabajando en mi pie, el masaje me aliviaba y me calentaba, era evidente que me calentaba, vos me entendés y entonces la mina se sienta sobre mis rodillas y me busca el cierre del pantalón. No abras los ojos, me dice y yo le hago caso, en ese momento sentí que si los abría me iba a despertar y se acababa todo. Te imaginás que el amigo ya estaba más firme que un soldado, así que a la rubia no le costó nada acomodarse. Maaamita, ¡cómo se acomodó! Yo ahí empecé a manotearle el vestido, no sabés el par de tetas que tenía… Algo logré pero ella enseguida me sacó las manos, entonces abrí los ojos y era un despelote de rulos… la boca una mancha roja, no sé de dónde salían las luces pero ella brillaba y era como si estuviese bailando sola, sus dos manos agarrando fuerte las mías, fue el polvo más alucinante que te puedas imaginar.

— ¿Y te acordás cómo se llamaba?

— Eh… no… A ver… No, ni idea…

— ¿Te suena el nombre Lucía?

— ¿Lucía? Qué sé yo, boludo… creo que nunca le pregunté el nombre… ¿Se puede saber a qué viene esta indagatoria en los amores de mi vida?

Hoy a la mañana tuve la segunda entrevista en el banco. Me citaron a las diez pero llegué tarde y tuve que esperar que pasaran todos los demás postulantes. Una amansadora tal que empecé a darme manija, por qué me van a tomar a mí si soy un viejo casi choto al lado de todos estos pendejos. Estaba a punto de irme a la mierda cuando por fin me tocó entrar. Me recibe una mina que no te puedo explicar. Veterana, eh, ninguna piba. Como nosotros, ponele. Pero te juro que si me dicen que es actriz o modelo, perfectamente me lo creo. Una rubia impecable, como si fuera una foto retocada, de otro planeta. Y la cara, enseguida le vi cara conocida. Me pasé toda la entrevista revolviéndome la cabeza para recordar de dónde la conocía. No sé ni lo que me preguntó ni lo que le contesté. Lo único que me acuerdo es que se llama Lucía y un apellido común, Martínez, Fernández, algo así. No tengo idea si me van a dar el laburo o hice un reverendo papelón. Y sabés lo peor, estoy seguro de que ella también se acuerda de mí, porque en algunos momentos la mina me sonreía, ¡se me cagaba de risa! Cuando salí a la calle seguía como un boludo pensando de dónde la conocía y entonces, así de la nada, me acordé de la rubia de Grisú, la que bailaba arriba de los parlantes y me cayeron todas las fichas… Estoy casi seguro de que es ella.

— Boludo, ¡tengo una foto con la mina esa! ¡Sí, sí, hay pruebas documentales! ¡Nos sacamos una foto el último día, en la puerta del hotel, cuando estábamos por subir al micro! ¿Te acordás? La sacó el Flaco, boludo, no me digas que no te acordás. El tremendo beso de despedida que me pegó esa mina no me lo dio ni mi mujer en la puta vida. Me despegó la resaca ese beso, hermano.

— Vayamos a lo del Flaco, entonces. Él tiene todas las fotos de Bariloche, las que sacó él y las que sacaron todos. Me acuerdo que nos mangueó guita para pagar las copias y el álbum. Si esa foto existe, la tiene que tener él. Ya mismo le mando un mensaje.

*

— ¿Vos apretando a una rubia en la puerta del hotel? Yo esa foto no la vi nunca…

— Pero sí, Flaco, ¡la sacaste vos! No te podés haber olvidado, ¡vos te acordás de todo!

— Bueno, bueno, pasó como un siglo desde el viaje a Bariloche… tal vez si me la hubiera apretado yo la recordaría…

— ¿Y por qué no buscamos la dichosa foto?

— Escuchemos al Tero, che, la voz de la sabiduría… Vamos, tengo las fotos en el garage.

En el garage me armé un gabinete para poner todas mis cosas de soltero y tenerlas a salvo de los ataques ordenadores de La Flaca. Fotos de Bariloche… dejame pensar… es un álbum azul… Me mato si me llega a tirar algo de esto. Me mato pero primero la mato a ella. Por eso el garage es mi reino independiente. Mi ciudad estado, nadie entra sin mi permiso. A ver, todo lo del secundario está acá adelante, para tenerlo bien a mano cuando me pinta la nostalgia. Estas fotos son un tesoro, el testimonio vivo de los mejores años de mi vida. Mirá el banderín del colegio, qué gloria… Te acordás el orgullo, cómo lo defendíamos con el equipo de fútbol… ¡Mirá esta! Con la profesora de Matemáticas que era fanática de Michael Jordan… ¿cómo se llamaba? Se me borró por completo el nombre, pero todo lo que esa mina sabía de básquet era increíble… Increíble. Acá hay de un picnic en en bosque, ¿en qué año fue? Qué gloria, la vida despreocupada y desobligada… Los años en que sos libre y hacés lo que se te canta. Acá están las fotos de Bariloche, el álbum azul, a ver… Mirá esta foto, ¡por favor! El Poker de Ases haciendo el cover de Las Primas. ¡Qué capos que somos! Silvana había llevado una valija con ropa como para un mes. Todos nos vestimos de Silvana para la fiesta de disfraces. Miralo acá a Iriarte haciendo culipatín sin plastiquito, jajaja, qué tipo pelotudo… A ver, ¿cuándo decís que te apretaste a la rubia? ¿El último día? Tendría que estar al final, entonces, pasemos todas rápido y después volvemos…

— Acá tenés la foto del último día, Seva. Mirá la rubia que te garchaste… Jajajaja, me vas a matar de un disgusto.

— ¿A ver? No, no, boludo, ésa no es mi rubia, de ninguna manera, ¿quién es esa gorda?

— A ver, dejame ver… Qué foto de mierda, ¿dónde hiciste foco? No se ve un carajo… A ver… Creo que esa mina es la Lora. Sí, sí, mirale la nariz, es ¡la Lora! ¡¡Te garchaste a La González!!

— ¿Qué decís, estás mamado? ¿Vos te crees que yo me voy a confundir a La González con un minón? Eso te puede pasar a vos, que no tenés ningún criterio… A Cato, ponele, que se garchaba a cualquiera que le diera bola… ¿Pero a mí? Fijate bien, tiene que haber otra foto con la rubia…

— No hay más fotos, hermano. Acá ya empiezan las del Día de la Primavera. Oficialmente, la única mina que abrazaste en Bariloche es La Lora González.

— No puede ser… no puede ser… había una rubia en Grisú, boludo. El Tero también la vio. Decile, Tero, ¿cómo era que se llamaba? ¿Lucía? Lucía, rubia de rojo, un despelote de mina, igualita a la actriz esa, ¿cómo mierda se llama…? La que era esposa de Top Gun.

— Pará, pará, quedate ahí, quedate ahí mismo. Vos estás hablando de la pelirroja que bailaba con Cato. Ése es el único vestido rojo que yo me acuerdo.

Yo estaba en la pista bailando con La Flaca cuando empezó la lambada. Sí, lambada, claro que en esa época había lambada. Chooorando-se-fue… ¿Te acordás? Claro que sí, todos nos acordamos de la lambada. Había que aprender a bailarla para que las chicas te bailaran encima. La Flaca por suerte se enganchó. Cato nos enseñó a todos, no me digan que no se acuerdan porque yo me acuerdo perfectamente. La mina se montó en la pierna de Cato y era un escándalo monumental. Y el culo que tenía también era monumental. La Flaca me volvía loco, me arañaba el brazo, me gritaba en el oído, porque yo no podía dejar de mirarlos. Era como si estuvieran garchando ahí, en la pista. Ese vestido rojo… mamita… mirá, para mí los vestidos son de dos tipos, los que se sacan fácil y los que son un kilombo para sacar. Bueno, éste era de los fáciles. Es más, de los que se salen solos. Cortitocortito y todo suelto, y se le veía todo cuando giraba… se quedaba en bolas… qué sé yo la cara que tenía, boludo, era pelirroja, tenía un culo infernal y bailaba lambada. Y cuando cambió la música lo agarró a Cato de la mano y encararon para la puerta. Después de eso no los vi más, se tomaron el palo.

— Entonces estuvo conmigo y después bailó con Cato. Mirala a la rubia…

— Te digo que era pelirroja… Pará, ahora que me doy cuenta… La lambada fue antes del pogo, porque el pogo fue inmediatamente antes de los lentos… ¿Me equivoco? No, todo era siempre así, estoy seguro: lambada, pogo, lentos… Así que si la pelirroja se fue con Cato después de la lambada, no pudo estar con vos después del pogo.

— Hay que preguntarle a Cato. O a la Flaca.

— A la Flaca no porque seguro que se acuerda perfectamente y no quiero escenitas. Pero Cato se tiene que acordar también, si se fue con él, la tiene que tener anotada. Mandale un mensaje.

*

— En Grisú no bailé con nadie.

— Dale, Cato. Ya sabemos que la memoria no es lo tuyo, pero no te podés haber olvidado de la lambada con esa mina…

— Imposible, Flaco. En Grisú no bailé. Me acuerdo perfectamente que no estaba en condiciones de bailar…

Ese día arrancamos temprano con el chupi. Me imagino que todos ustedes se acuerdan del bolso que administraba el Gordo… todas las contribuciones alcohólicas que exigimos a nuestros compañeros para el viaje. Cuando bajamos a desayunar le manotié una petaca, no me acuerdo de qué, y la encanuté para soportar el embole de la excursión. ¿Cómo iba a saber yo que Circuito Chico tenía más vueltas que una oreja? Subidas, bajadas, curvas, cascadas, piedras, más curvas… y encima todos saltando con los grandes hits del Poker de Ases. No me digan que no se acuerdan de ese demo glorioso que grabamos para el viaje… ¿Todavía existe Myspace? Ahí lo subimos, ¿se acuerdan? Bueno, la cosa es que cuando llegamos al hotel estaba arriba del Aconcagua colgando de una soguita. Y el Gordo se apareció en nuestra pieza con una jarra loca, se acuerdan, ¿no? Intomable, pero bien que la bajamos toda entre los cinco. Igual a Grisú llegué bastante entero. No sé cómo hice, supongo que porque hacía un frío de cagarse que me debe haber despejado un poco. Pero cuando entramos, entre el calor, el humo, el ruido, la sidra y el kilombo me empecé a venir abajo… El mundo entero me daba vueltas… me vomité toda la vida al costado de la barra y me quedé ahí acurrucado hasta que una de las chicas vino a preguntarme qué me pasaba y le tuve que pedir que me llevara al hotel…

— ¿Estás seguro de que no bailaste la lambada con la novia de Top Gun?

— ¿Y vos pensás que si fuera así yo me lo habría olvidado? Dale, no soy tan boludo. Esa noche llegamos, nos pedimos la sidra para brindar, hicimos la canción del estudiante y al toque tuve que sacarme todo el abrigo porque me ahogaba. La tarada que me llevó al hotel solo agarró mi campera y yo me quedé sin gorro y sin bufanda para el resto del viaje.

— Tiene que ser la pelirroja porque te vi salir con ella. Yo también estoy seguro. Hasta el Tero la vio a la mina, contale Tero…

Claro que la vi. Hay recuerdos, pedazos de recuerdo que te quedan grabados misteriosamente y aunque pasen los años no se te pierde ni un detalle, como si hubiesen quedado atrincherados en un recoveco de la mente y no te los podés sacar ni a la fuerza. Y yo tengo una foto imborrable de la mujer más hermosa que vi en mi vida, bailando sobre los parlantes de Grisú con sus piernas interminables y el pelo como una nube de tabaco que flotaba alrededor de su cabeza. Y estaba sola, siempre sola, y la gente que tenía alrededor parecía no darse cuenta. No se rían, boludos, pero parecía como si la música saliera de esa mujer, música y fuego, el vestido bailaba por un lado y el cuerpo por el otro y por momentos se acoplaban y entonces brillaban. No sé cómo explicarlo… Pero lo más raro era que siempre la veía medio de lejos, y cada vez que me acercaba a donde estaba ella, desaparecía. Entonces yo me daba vuelta y al toque estaba más allá, siempre bailando sola.

— Bueno, bueno, parece que la jarra loca no me volteó a mí solo… qué viaje te pegaste, papá… Al infinito y más allá…

— ¡Acá tenés una foto de Grisú, boludo! ¡Mirá! Éste es Iriarte, éste sos vos, la Flaca y ésta es Silvana… y las paredes como de roca son las de Grisú. ¿Ves? Yo estaba un poco más allá tirado en el piso. Y mirá lo que hay acá atrás: ¡un vestido rojo! Medio morocha parece la mina, ¿no? Boludo, tuviste la foto todo el tiempo y no la viste…

— Entonces la rubia morena o pelirroja sí que existe. Bailó en los parlantes para el Tero, después estuvo conmigo en los sillones del lago y al final, con o sin lambada, se llevó a Cato al hotel…

— Te digo que no era la rubia. La chica que me llevó al hotel era… La González. Estoy seguro, porque en esas cuadras interminables lo único que yo veía todo el tiempo eran sus botas de goma amarillas.

*

— ¿Cómo se llamaba La González? Preguntá en el grupo así la podemos googlear.

— María, Sofía, algo con ía… ¿Alguien se acuerda?

— Me suena con ene. Natalia, Norma… ¡Nora! Dale, buscá Nora González. Nora, Lora…, tiene sentido.

— No, nada que ver, Nora González era la profesora de química de tercero… o cuarto. A la González le decíamos Lora por la nariz.

¿Por qué de repente estamos todos hablando de la González? La mina más intrascendente que te puedas imaginar. Un bagayo con todas las letras. Era alta sí, pero gorda. Tenía ojos claritos, sí, detrás de dos culos de botella con marco negro. ¡Y la nariz! Mamita, era una cosa enorme esa nariz. ¡Y qué mina pesada! Siempre metiéndose donde nadie la llamaba. Siempre en el medio con su sonrisita de boluda a pedal. Se quería hacer la simpática y no tenía ni la menor idea de nada. Qué tipa infumable.

La González no era gorda. Se paraba mal, toda encorvada, y se vestía horrible. Sí, ya sé que el jumper era parte del uniforme del colegio, pero las otras chicas se las arreglaban para que les quedara bien. Acordate de los escotes de Flor, o de las minifaldas de la misma Flaca… Qué sé yo, la González parecía de orfelinato, la ropa que usaba era grande, larga, como una bolsa. Pero abajo de la bolsa había lomo. Te puedo asegurar que había lomo. ¿Se acuerdan del Día de la Primavera cuando la empujamos al lago? Ah, ¿vieron que sí? No, no fui yo solo, todos somos responsables… La Lora salió empapada de pies a cabeza, chapoteando con las botas amarillas y toda la ropa se le pegaba al cuerpo. No sé ustedes, pero yo me quedé un rato largo mirando esas curvas mojadas.

La Lora no era nadie. No existía. Para lo único que le hablábamos era para manguearle el compás o pedirle las carpetas. Siempre tenía todo. Siempre una traga, la González, chupamedias de todos los profesores. Por eso nadie le daba bola. Mirá, si ni siquiera está en las fotos. Solo en ésta del último día que yo estaba convencido de que era con la rubia de Grisú… No puede ser que no exista esa foto. En algún lado tiene que estar.

— Bueno, ninguno de los muchachos se acuerda del nombre de la Lora.

— Dale, loco, con el González solo no hacemos nada. Necesitamos más datos.

— Por qué no le mandás un mensaje a tu mujer, Flaco. Vos decile que es para juntada de los treinta años, total… está tan verde eso que cuando logremos ubicar a todos los que faltan vamos a tener que festejar los cuarenta…

Treinta años… ¡Qué increíble! Todavía me acuerdo del baile de egresados en el patio del colegio. Hacía calor esa noche y a mí me tocó bailar con… la Lora. Estaba rarísima, sin los anteojos y se había destrenzado el pelo… lo tenía larguísimo… No sé por qué me acuerdo de ese pelo, era como rubio y todo lleno de rulos… Me acuerdo que en un momento estábamos dando como una vuelta y alguien me empujó desde atrás, yo me tropecé y me fui encima de ella y tuve que sostenerla para que no se cayera… era tan livianita que parecía que se iba a romper… ¿Por qué me acuerdo ahora de esto?

— Che, dice la Flaca que la González se llama Lucía y que la tiene de amiga en Facebook.

— ¿Lucía? ¿Como la rubia de Grisú? No puede ser…

*

— Bueno, Daniel, entonces no me queda más que darte la bienvenida a nuestro equipo. Ahora te vas con Marina, allá en el primer box, que ella te va a dar los formularios que tenés que presentar y te va a explicar todos los pasos a seguir. Para mañana agendate la reunión con Enrique, el Gerente de Inversiones.

— Gracias, Lucía, no me va a alcanzar la vida para agradecerles la oportunidad que me están dando. A mi edad es tan difícil cambiar de trabajo…

— A tu edad tenés toda la experiencia que necesitamos. No te achiques, Daniel.

— Bueno, lo voy a intentar… Gracias otra vez…

— Felicitaciones. Nos estamos viendo entonces…

— No me tengo que achicar… ¿Te puedo hacer una pregunta que no tiene nada que ver con nada?

— Dale, con confianza.

— A ver… disculpame si soy un poco desubicado… ¿Vos fuiste a…? No, dejá…

— Sí, Daniel… ¿o te puedo decir Tero? Yo fui al colegio con vos. Soy esa Lucía, Lucía González. La Lora de quinto primera.

Cuando empecé el secundario, mi mamá me anotó en una academia de inglés. Todavía era muy chico y no había aprendido a deshacerme de las obligaciones que me imponían mis padres. Me acuerdo que el primer día, el único que fui con mi vieja, estaba Lucía en la puerta. Todavía no le decíamos la Lora. Había ido sola porque ya conocía, no era la primera vez que iba, ya sabía cómo llegar. No, no nos tocó juntos porque yo no sabía nada y ella venía estudiando desde chica. Pero los martes y jueves, a la salida del colegio, nos comprábamos un sandwich en la panadería de la esquina y caminábamos juntos las pocas cuadras hasta la academia, merendando y haciéndonos amigos. Yo le hablaba todo el tiempo de música, de la banda que estábamos armando, que los chicos querían presentarse al concurso para el Día de la Primavera pero yo no me animaba. Dale, Tero, no te achiques, me decía ella. Recuerdo su risa bastante contagiosa y sobre todo su voz, como de cantante de rock, y ahora no me explico por qué me la había olvidado. El día que finalmente fundamos Poker de Ases y empezamos a pensar en una vocalista para el concurso, el Flaco propuso a la Flaca y yo les dije que Lucía tenía buena voz. Se me cagaron de risa. Te gusta la narigona, me cargaban, con razón te vas caminando con ella. Eso terminó de decidirme a largar la academia. Nunca más volví a estudiar inglés.

— Lucía… ¡ya me parecía! Es que soy bastante malo para los nombres… Mirá vos lo que son las casualidades ¿no? No te había reconocido. Bueno, en realidad sí… pero te confundí con otra persona. ¿Vos te acordás de Bariloche, de la rubia que estaba en Grisú, la que bailaba arriba de los parlantes? Bueno, yo estaba convencido de que eras vos. ¿Eras vos?

— No, Tero, yo a Grisú no fui. ¿No te acordás lo que pasó en la cascada ese día? Alguien me apuró cuando tratábamos de cruzarla, pisé mal y terminé en el agua. Empapada de pies a cabeza quedé, casi me congelo. Por suerte Silvana había llevado ropa de repuesto, no sé por qué motivo, y me pude cambiar. Después me ofreció para el baile también, tenía la valija llena de vestidos y zapatos, pero yo todavía estaba muerta de frío. Esa noche ustedes se fueron para Grisú y yo me quedé sola en el hotel.

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